
Cualquier razón se hace impotente si trata de excitar a una inteligencia marchita
Philosophia Perennis
οὐσíα
Qué es la metaética
Oscar René de la Torre Iturbe
Es un hecho de conocimiento general que la travesía del desarrollo científico ha sufrido multitud de peripecias que lo han hecho oscilar entre el progreso, el estancamiento e incluso el retroceso. Atendiendo a una observación crítica sobre la ciencia hodierna, con todo y sus métodos y asunciones, cabe preguntarse si no cohabitan las ciencias más avanzadas con otras que podrían representar para ellas un incordio por anquilosamiento o desvío. Como sociedad privilegiada, en cuyas manos se legó el fruto de los descubrimientos, los denuedos y los sacrificios pretéritos, no podríamos negar el compromiso de preservar esas invaluables verdades y resguardarlas de toda fuente de error. Ya la historia ha mostrado que no hay coordenadas temporales ni espaciales que se encuentren al margen del peligro implicado en el yerro del sofisma y de la ignorancia. Por tal motivo, mayores razones hay para enjuiciar la dimensión intelectual y moral de nuestras actividades que darles dogmático recibimiento, en la medida en que la crítica y las capa cidades propias de la naturaleza humana lo permitan.
Para el caso que nos atañe, hemos de examinar si la rama contemporánea a la que se le ha nombrado “metaética” cumple con la empresa que ha prometido, si, efectivamente, es un terreno fértil en el que medrarán los saberes relacionados con la moralidad. Situada como una subdivisión de las ciencias filosóficas, plantea un estudio metódico de las proposiciones morales, de la naturaleza de la moral, de los hechos morales y de los manantiales donde la moralidad es originada. Es a George Edward Moore, filósofo de los albores del siglo XX, a quien se atribuye haber dado a luz a dicha orientación del análisis de la ética. Con su nacimiento, arribaría al puerto de la filosofía una numerosa embarcación de nuevos cuestionamientos en torno a la semántica y al carácter de todo lo que calificamos como 'bueno' o 'malo'. La moral ya no sería puesta en investigación desde los modelos especulativos tradicionales, sino que esta vez, y para una larga posteridad que toca el momento presente, la lingüística, la lógica proposicional y las ciencias experimentales vendrían a ocupar el papel protagónico en la instalación metodológica. Pero, ¿podría afirmarse con certeza que vamos por buen rumbo al haber dado tal recibimiento favorable a la metaética? ¿Cumple esta rama con los requerimientos esenciales de toda ciencia? ¿Es verdad que sus preguntas y sus supuestos son los más adecuados para escudriñar la naturaleza de la moralidad?
Advirtamos primeramente que el término que le da nombre a esta nueva corriente lleva consigo el prefijo de origen griego “meta”, al cual los etimólogos, historiadores y lingüistas convienen en conferir el significado de “más allá de”. Del mismo modo en que ese prefijo añadido a la palabra “física” termina po r referir a lo que existe allende el mundo físico, pero en cuanto a que guarda relación con él, el vocablo antepuesto al término “ética” pretende remitir a lo que hay más allá de la ética y en relación con ella, o sea, a sus fundamentos y a la consistencia de sus notas esenciales. Sin embargo, entre ambos ejemplos encontramos una diferencia flagrante. Mientras que la física consiste en el mundo material o en la ciencia que lo estudia, es decir, en una ciencia natural, y la metafísica es, por otro lado, una ciencia filosófica que en cuanto tal atiende necesariamente a los fundamentos de aquélla, la ética y la metaética son ambas ciencias filosóficas. Si todo vástago de la filosofía es, en última instancia, el estudio de los fundamentos de su objeto al mismo tiempo que el estudio de los fundamentos de sí misma, pues de lo contrario no sería filosofía, ¿qué lugar viene a ocupar la metaética dentro de la ética y, más aun, dentro de la filosofía?
Por “ética” entendamos dos cosas. Una es la dimensión de la person a que cataloga las acciones como buenas o malas, y la otra es el área filosófica que tiene esa dimensión humana por objeto de estudio. Ya que la ética es filosofía, como tal es tarea suya averiguar no sólo ni siquiera primordialmente lo que el hombre deb e hacer, sino también cuál es la naturaleza de la moralidad. Dicha inquisición implica, por supuesto, descubrir el sustrato último de la moralidad y comprender lo que son los hechos morales, así como acceder al significado de las proposiciones morales. Si por algún motivo se elaboran afirmaciones sobre los hechos o las sentencias morales sin el conocimiento previo de lo que es la moral,
es razonable pensar que se tenderá, con un amplio margen, al equívoco. No hace el físico aseveraciones acerca del movimiento que los electrones trazan en determinadas circunstancias sin antes comprender mínimamente la naturaleza del átomo. Cada proceso en donde esté en juego el conocimiento científico exige seguir un camino acorde con la partícula de la realidad que ha de ser estudiada.
Un factor importante a tener en mente, para llegar al meollo de la cuestión, es el hecho de que la apropiación del término “ciencia” por parte de las ciencias experimentales ha sido fuente de una gran diversificación de confusiones de variada índole. El acaparamiento de ese letrero, posibilitado e impulsado por el progreso en los descubrimientos del mundo natural que se aceleraba ya desde el siglo XVIII, fue al mismo tiempo confiriéndoles una reputación tal que el llamado 'método científico' se elevó, acríticamente, a modelo universal de la metodología de cualquier saber. Es necesario hacer ver, no más a la cultura científica que a la cultura filosófica actuales, que a la ciencia, en sentido amplio y propio, no le es esencial dicho método allá donde su objeto formal no sea un aspecto material de la realidad, como en los casos de la historiografía o la psicología; hemos sido testigos de los fracasos de esta última en sus intentos de incorporar el método científico a sus planes de investigación. No nos cabe duda de ni someteríamos a discusión que la experimentación, la deliberada instalación de condiciones observacionales concretas, es el mejor camino para obtener datos, y de ellos conclusiones, en ciencias como la física o la química, dada la exigencia intrínseca en ellas de conocer el comportamiento de la materia. El experimento aplicado a entidades materiales como la mente humana daría cuenta solamente, lo cual es de esperarse, de la situación material de la misma. Pero la realidad impone ciertos principios lógicos y metafísicos inviolables, ignorados los cuales se llega a resoluciones inadecuadas. La más común es aquella que reduce los objetos a la mesura propia del instrumento empleado para observarlos, aun cuando dicha mesura es desbordada por el ente sujeto a medición.
Si el término “ciencia” viene a significar “conocimiento demostrado”,[1] el espectro de las disciplinas que pueden ser calificadas con él se extiende mucho más allá de los límites de las que dan cabida a la experimentación. El ligamen a la demostración resalta, dentro del orden científico, el papel del raciocinio por encima de cualquier otro instrumento o facultad, y abre paso a la declaración de que todo método debe, sobretodo, eludir los elementos o las vías que atenten contra la razón. Todas las ciencias encuentran un punto de convergencia en la dilucidación o discusión racional. Así, estamos de acuerdo con Karl Popper en su enunciación de lo que, según él, constituiría el método único del quehacer científico --que involucraría, de acuerdo con lo dicho, no sólo a las ciencias naturales, sociales y exactas, sino también a las filosóficas—; se refiere a la labor “de enunciar claramente los propios problemas y de examinar críticamente las diversas soluciones propuestas”. [2] Si bien la falsación, que él identifica con el examen crítico, no puede agotar toda la racionalidad puesta en juego al momento de establecer los parámetros de la ciencia, es necesario incluirla a manera de autocrítica una vez colocados los planteamientos positivos. Somos conscientes de que el conocimiento científico no inicia con una negación pura, sino que, consentimos con Kant, “todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia”.[3]
Ciertamente, es preciso que cada ciencia posea un método concreto, pero, contrario a las inclinaciones contemporáneas, no existe alguno que sea idóneo para todas ellas, ya que el objeto formal de cada cual debe determinar sus recursos metodológicos, y, evidentemente, ese objeto es diverso y no único. Teniendo la antropología etnográfica y la anatomía humana el mismo objeto material, el hombre, no se interesan en indagar las mismas dimensiones ontológicas; la primera se concentra en los comportamientos y hábitos sistematizado s y colectivos del ser humano, mientras que la segunda abarca las partes macroscópicas constitutivas de su cuerpo. Siguiendo la idea del filósofo español Jaime Balmes, de que ”método es el orden que observamos para evitar el error y encontrar la verdad”,[4] tendremos que es el ejercicio de la razón, y no un letargo de la dogmática, la forma de acendrar y ajustar los lenguajes y conceptos, así como los mecanismos de escrutinio, en función del carácter causal y entitativo del elemento de la realidad que se pretende estudiar. La filosofía, bien entendida, cumple con todas las exigencias de la ciencia por cuanto se trata de la puesta en marcha más rigurosa de la razón discursiva; posee objetos materiales y formales bien definidos en dependencia de sus vástagos, enuncia proposiciones universales tanto como necesarias, somete a falsación sus afirmaciones, tiene como punto de partida los datos de la experiencia, penetra en la dimensión causal de los objetos que le interesa estudiar, se basa en andamiajes sistemáticos y expresa sus premisas en un lenguaje que se corresponde con el grado de abstracción de sus disertaciones. Con todo, comporta una peculiaridad que no comparte con ninguna otra ciencia: ella misma es blanco de sus discusiones. Dado que su cariz es científico, y además es la única capaz de contemplar su reflejo y corregirse a sí misma, le corresponde, tanto por derecho como por deber, el enjuiciamiento de todas las demás ciencias, a fin de preservar la coherencia entre ellas, pues todas confluyen en las aguas de lo real.
La ética, en cuanto que es rama de la filosofía, responde también a una necesidad inherente de delimitar su objeto, de establecer con estricta crítica los parámetros metodológicos que regirán su tarea y de configurar un marco conceptual adecuado a sus fines y a su naturaleza. Le compete, por tanto, definir términos como “bondad”, “deber”, “justicia”, “responsabilidad”, “virtud”, “derecho”, “obligación” y “felicidad”, por mencionar unos cuantos. Pe ro por desgracia la naturaleza de su objeto capital, difícil de vislumbrar habida cuenta de su grado de abstracción, no ha sido percibida con la claridad deseada, y la historia del pensamiento muestra cómo ha sido confundida con otras cosas, como la política o los preceptos sociales o religiosos. La especificación de lo que es la moralidad es, de suyo, un paso gigante en el avance de la ética, aun cuando la actividad de ésta no finaliza ahí. El anquilosamiento de la ciencia moral pesa sobre la espalda del desprestigio que comenzó a encarar la ciencia metafísica desde la Ilustración, debido a que la ebullición de las ciencias empíricas de este periodo deslumbró la actividad intelectual, llevando la atención científica, como haría el hipnótico sonido del legendario flautista de Hamelin, hacia la materia en descuido de lo que de inmaterial existe en el hombre y en el universo. La caverna en que los niños fueron depositados en la leyenda alemana vendría a ser representada en el mundo real por una caverna platónica que mantiene cautiva a la ciencia.
La moral, el bien propio de la voluntad humana, es como tal un universo único, no pertenece ni al mundo natural ni al de las formas concomitantes al pensamiento. Es la inacabable facultad volitiva de la persona que consiste en conferirle la agencia primera y última, dignísima y única, de la actualización de sus potencias. La persona es, dentro de la moralidad, causa eficiente exclusiva de sus actos. Baste con esta incompleta enumeración de cualidades del ser moral para indicar que se trata de un objeto que compete a la metafísica; cualquier otra ciencia que pretenda estudiarlo debe saber que sus resultados se
verán indefectiblemente limitados. Eso no significa que otras disciplinas no tengan algo que decir al respecto, pero sí que no alcanzarán a desvelar su naturaleza. Sin el auxilio de conceptos pertenecientes a la metafísica, como los de las cuatro causas, la participación del ser, la esencia, la substancia, acto, potencia, forma y materia, entre muchos otros, cualquier esfuerzo equivaldrá a cernir harina con redes de pesca. Una metodología en ética requeriría, asimismo, la ayuda de una psicología y de una antropología filosóficas, un escrutinio de los rasgos esenciales del ser humano que parta de su constitución hilemórfica y que incorpore observaciones cabales, en la medida de lo posible, de los fenómenos de la consciencia. Sirva de ejemplo, en lo tocante a la antropología, el tratado sobre la persona humana de Edith Stein.[5] La metafísica se torna más imprescindible cuanto mejor se comprende que cada ciencia parte de supuestos establecidos por otra; todas ellas tiran de los hilos de la ontología dado que sus reflectores posan su luz sobre algún tipo de seres, todas asumen la existencia de algún ser. Los principios del conocimiento y los de la realidad no se pueden negar y, aun más, conocerlos es condición absoluta y necesaria para profundizar en el ser de la cosa estudiada. Etienne Gilson revelaba, a propósito de la ciencia moral, que “si conocemos el principio de todas las cosas, es imposible que ignoremos cuál es su fin [...] únicamente el bien puede desempeñar el papel de fin”.[6]
La metaética es una corriente filosófica, o también podría decirse un marco analítico, que vio la luz en los albores del siglo XX, cuando George Edward Moore dedicó un tratado, una suerte de manifiesto, a la ética. Su influencia fue tan poderosa en pensadores posteriores que muchas de sus afirmaciones y propuestas son hasta el día de hoy tomadas como axiomáticas. En su obra más emblemática, Principia ethica, negó rotundamente la posibilidad de definir el concepto de “bueno” debido a su simplicidad, lo cual supuso un drástico viraje en la ciencia moral, porque arrebató a la ética de la metafísica y la enclavó en el lenguaje. Si acaso es imposible descubrir lo que es el bien, entonces sólo resta indagar lo que es bueno, y como se desconoce lo que es en sí mismo ese bien del que participan las cosas calificadas como buenas, la tarea se circunscribe al análisis del lenguaje articulado a sus efectos prácticos. Si bien no todos sus epígonos, los metaéticos, concuerdan con él en sus ideas, sí conservaron su método, que procura hacer derivar la moralidad de factores extrínsecos a ella. De tal modo, la lingüística, la lógica, la epistemología, e incluso algunas ciencias empíricas, pasaron a formar parte de la metodología de la investigación moral.
En palabras de los propios estudiosos contemporáneos del área, la metaética es “the branch of ethics that investigates the status of morality, the nature of ethical facts, and the meaning of ethicalstatements"[7] Otros afirman que ”metaethics is concerned to answer second order non moral questions, including (but not restricted to) questions about the semantics, metaphysics, and epistemology of moral thought and discourse"[8]. Sin importar que nos remitamos a éstas o a otras aclaraciones en derredor de la metaética, no podemos hallar por ningún lado alguna intención de colegir lo que es la voluntad o el bien en sí mismo, o, mejor, lo que es la mismísima moral. Esto resulta inusitado, ya que la naturaleza de lo que sea que se vincule a 'la moral' o a lo 'ético' está irrestrictamente sujeta a lo que sea que signifique “moral”. Pero esta palabr a no se entiende si no antes se intelige lo que es el bien, ya que la moral es un universo estrechamente ligado al bien aplicado o comunicado a la voluntad. El mismo Moore advirtió que la definición del bien es “punto esencial en la definición de la ética; y, además, un error en esta definición implica un mayor número de juicios éticos errados que cualquier otro. A menos que esta primera pregunta se entienda plenamente y se reconozca su respuesta correcta, de modo claro, el restode la ética será inútil, desde la perspectiva del conocimiento sistemático”.[9] Así, pues, ¿cuál es el sostén de la metaética si intenta desentrañar el carácter de las cosas calificadas como 'morales' al mismo tiempo que desatiende la naturaleza del bien y, en su lugar, se centra en estudiar 'lo bueno'?
Un patrón que aparece recurrentemente en la investigación metaética, y que da continuidad al paradigma iniciado por Moore, es una clase de fobia a la metafísica que se manifiesta, ora rechazándola totalmente, ora reduciéndola a un raudal de especulaciones triviales. Moore no esconde su indisposición a hacer metafísica cuando acusa a quienes se dedican a ella de creer que “todo lo que no existe en la naturaleza debe existir en alguna realidad suprasensible sea temporal o no”.[10] No sabemos si se debe a un error en la traducción o a un error del autor, pero no es lo mismo afirmar que todo cuanto existe o bienes natural o bien es supranatural, que sostener lo que literalmente dicen aquellas palabras, lo cual implica un absurdo porque no todo lo que no existe en la naturaleza es posible. Un metafísico no se atrevería a sostener que un inexistente, como la nada, existe fuera de la naturaleza. Además, hay objetos metafísicos que existen en la naturaleza aunque no sean ellos mismos naturales, por ejemplo, la consciencia. La estipulación que establece acerca del uso del término explica parte de sus creencias; dice: “el término lo empleo [...] en oposición a 'natural'”.[11] Pero él va un poco más lejos y, no conforme con desacreditar a la metafísica, niega la existencia de los objetos metafísicos cuando enuncia que los metafísicos
"siempre se han ocupado en gran medida, no sólo de esa otra clase de objetos naturales en que consisten los hechos mentales, sino también de la clase de objetos, o de propiedades de objetos, que ciertamente no se dan en el tiempo, que no son, por ende, partes de la naturaleza y que, de hecho, no existen en absoluto."[12]
Al parecer, no cree en nada que trascienda el orden natural. Por cierto, ya en su tiempo la historia había engendrado a muchos egregios metafísicos; sin embargo, en la Principia ethica sólo menciona a Kant, a Spinoza y a Aristóteles. Los primeros dos fueron de los más grandes representantes, pero no precisamente los más fieles a la verdad, tratándose de metafísica.
Otros autores no llegan a los extremos de no creer en la existencia de objetos metafísicos, pero sus nociones de metafísica no le hacen jus ticia a esa ciencia. Veamos el siguiente apunte de Matthew Chrisman: “more relevant to metaethics, metaphysicians are also interested in whether every fact is reducible to a fact about the physical world or whether some non physical facts obtain”.[13] En realidad, ningún metafísico estaría interesado en ello, salvo uno que tampoco sepa lo que es la metafísica, porque el metafísico es consciente de la evidente presencia de cosas como la mente, que, independientemente de su procedencia, ella misma no es materia, no es un hecho físico. Chrisman también supone que un estudioso de dicho ámbito se preguntaría “[...] whether we might take it as obvious that we are conscious but then wonder whether our being conscious can be explained in terms of things that are purely biological”.[14] Ya la pura pregunta es una reducción y una autosupresión científica. Quien conoce la metodología y la terminología metafísica ha tenido noticia de que ningún fenómeno encuentra su explicación última en términos de sus aspectos empíricos o materiales. No podemos dejar de cuestionar cómo puede un vástago de la metafísica tener a su vez, como rama, a una ciencia que repudia o que desconoce la metafísica.
La metaética inaugura una sinergia compuesta por la epistemología, la lógica, la lingüística y algunas otras disciplinas como las neurociencias; en la búsqueda de un método adecuado que le otorgue infalibilidad y versatilidad, imita los mecanismos del 'método científico'. Hemos hecho ver ya que no tiene má s objeto material que los juicios y las acciones morales, lo que en ella titularían “hechos morales”, y que esos elementos no se entienden toda vez que carecen de la precisión de lo que es la moralidad en sí misma. La versatilidad que exhiben sus vías de p rueba encubre la falta de un objeto formal definido, no cuenta, en contraste con otras ciencias, con un aspecto específico bajo el cual estudie a la moralidad porque, de inicio, se desprende de la metafísica clásica y escolástica, la única instancia que le brindaría el auspicio necesario para alcanzar la plenitud científica. Toma la actitud de quien se entregara a la faena de contemplar los astros con un microscopio. Los pilares que la sostienen se vulneran a falta de un método
correctamente informado por el objeto estudiado. Su quehacer, más que hallar la naturaleza de la moral, parece responder a la consigna de poner su existencia en tela de juicio como ya habría hecho dogmáticamente con la metafísica. La imposibilidad que Moore señaló con respecto a la cognoscibilidad del bien en sí mismo, vista en sus epígonos al menos como dificultad, sólo cabe en las corrientes filosóficas que, tomando a la metafísica por algo que no es, la descalifican.
Recordemos que la filosofía, por su propio carácter, no puede admitir ningún metaanálisis aparte, en virtud de que ya es tarea suya evaluar todos los factores que pudieran incluirse en elucubraciones de esa índole. Popper, conservando cierta sobriedad y cautela, ya se percataba de un riesgo en las nuevas tendencias cuando declara: "No creo que el estudio del aumento del conocimiento pueda reemplazarse por el estudio de los usos lingüísticos, ni por el de los sistemas lingüísticos”,[15] y luego, hablando de los exámenes lógicos y lingüísticos, afirma: "Mi tesis es [...] que estos métodos están lejos de ser los únicos que puede emplear ventajosamente un filósofo, y que en modo alguno son característicos de la filosofía”.[16] Que la semántica y la lingüística funcionen en la resolución de problemas semánticos no implica que puedan suplantar a la metafísica cuando se trata de un problema de cariz ontológico. Es menester no perder de vista que cuando la metaética estudia el origen histórico de la moral, es historia; si estudia los preceptos sociales, es sociología o antropología empírica; si estudia la verdad o falsedad de las proposiciones morales, es lógica; si estudia la pragmática de esas proposiciones, es lingüística; si estudia el origen natural de la conducta política (que no es lo mismo que la moralidad, dado que ésta no es posible percibirla como mera conducta en virtud de su irrestricta sujeción al universo de la voluntad como causa eficiente), es etología; si estudia los mecanismos intelectuales y cognitivos de aproximación a la ética, es epistemología; si, en fin, estudia las relaciones que se erigen desde la concepción del Estado, es filosofía política.
Las ciencias, ciertamente, pueden recurrir a los hallazgos de las demás si comparten el mismo objeto material. Sin embargo, y desde luego, cada una de ellas debe poseer antes un método exclusivo que dé cuenta por sí solo de su objeto formal. Ahora bien, fuera de la recopilación de lo que otras ciencias tienen que decir, ¿en dónde se enmarca la exclusividad metodológica de la metaética? Todo parece indicar que en ningún sitio. De tal suerte, la palabra “metaética” estaría remitiendo ya no a una rama filosófica, ni a una ciencia empírica, sino a un tipo de pseudociencia o discurso parasitario que se nutre de diferentes ciencias. Pero, ¿con qué finalidad lo hace? Mario Bunge hacía hincapié en que la pseudociencia es “un cuerpo de creencias y prácticas cuyos cultivadores desean, ingenua o maliciosamente, dar como ciencia, aunque no comparte con ésta ni el planteamiento ni las técnicas ni e l cuerpo de conocimientos”.[17] No nos atreveríamos a tachar de ingenuos a los metaéticos, pero entonces sólo queda la alternativa de la “malicia” que señala Bunge. Ya que el descubrimiento de la verdad no forma parte de sus objetivos, en vista de que su quehacer se encuentra al margen de la metafísica, aun cuando su objeto es metafísico a todas luces, es probable que busquen el arraigo de las ideas que dan por sentadas, esas que adoptan sin justificación, sin demostración. ¿Y de qué otras ideas se puede tratar, vista la asidua apelación a las ciencias empíricas, si no las que elevan a éstas en detrimento de la metafísica? Hablamos del cientificismo, “la posición de quienes piensan que la ciencia [empírica, por supuesto] es el único o al menos principal medio de que disponemos para conocer la realidad”.[18] Esta perspectiva, de acuerdo con Gerard Radnitzky, citado por Mariano Artigas, constituye una creencia “basada sobre una imagen falsa de la ciencia”,[19] y no puede ser de otro modo si los límites de esas ciencias se circunscriben al aspecto material del mundo; sobre la investigación de los fundamentos de la realidad no tienen facultades.
Es mérito de la ciencia experimental un acervo grandísimo de avances y hallazgos. Con justificada razón, han adquirido prestigio y autoridad en lo tocante al estudio de los entes materiales. No obstante, que esa autoridad exista no significa que sea válido que los científicos, en cuanto tales, crucen la línea que separa su labor de la que corresponde exclusivamente a los filósofos. Es, así, un error por parte de los filósofos tomar como verdaderos los juicios filosóficos emitidos por los científicos, en primer lugar, porque las premisas de las ciencias empíricas no conducen de ningún modo a la obtención de conclusiones filosóficas, y, en segundo lugar, porque percibir a la autoridad científica como autoridad filosófica es difuminar las facultades de la ciencia y degradar a la filosofía. Es válido, genuino, y hasta deseable, que el científico, en cuanto humano, haga sus propios juicios filosóficos, pero no que lo haga en cuanto científico. La relación entre ciencia y filosofía no debe ni puede ser de iguales, sino que ésta debe servirse de aquélla para comprender mejor cómo los principios metafísicos se expresan en la realidad empírica; la ciencia, además, debe rendir cuentas a la filosofía en el sentido de que sus supuestos no deben violar ningún principio metafísico, lógico ni epistemológico. Hablamos, obviamente, y no sobra reiterarlo, de la ciencia y de la filosofía en cuanto tales. Si acaece un error por parte de alguno de los dos,no se trataría ni de la filosofía ni de la ciencia mismas, sino de un desvío en la labor de alguna de ellas; se trataría de un error humano.
Quizás por temor a desaparecer, la metaética no sostiene diálogo alguno con los planteamientos genuinamente morales que la modernidad ha cultivado. Sus interpelaciones al pasado suelen ceñirse a las imprecisiones de la ética aristotélica y a la filosofía antimetafísica humeana. Se ha dedicado a mantener un soliloquio que presta oídos sordos a la voz de la historia de la ciencia metafísica. Popper, preocupado por el futuro del pensamiento, columbraba que
si ignoramos lo que otros piensan, o lo que han pensado, ésta [la discusión racional] tiene que acabar, aun cuando cada uno de nosotros continúe tan contento hablándose a sí mismo. Algunos filósofos han hecho una virtud del hablarse a sí mismos, tal vez porque piensan que no hay nadie con quien merezca la pena de hablar.[20]
Es específico de la filosofía la formulación de preguntas acerca del funcionamiento y la naturaleza de la realidad, pero no es tal su finalidad. Si hay dubitación es porque se buscan respuestas, el fin es el conocimiento. Y para conseguirlo hace falta observar que no todo es cuestionable, hay principios que no pueden ser demostrados, mas hay que comprender que su carácter no justifica la desconfianza en ellos, pues si bien no pueden ser demostrados, sí es factible mostrar que su omisión o exclusión redunda en absurdos. Toda vez que las ciencias estudian algún rostro del ser, la marginación de la metafísica, ciencia del ser en cuanto ser, constituye un ataque a la razón misma. La ciencia moral pide ser rescatada del naturalismo al que gratuitamente se le ha confinado. Menester es percatarse de que ”la inclinación [del hombre] no es únicamente natural; es la que conviene a la naturaleza de una voluntad”.[21]
Notas:
[1] Mariano Artigas, Ciencia y religión. Conceptos fundamentales (España: Ediciones Universidad de Navarra, S. A. Pamplona, 2007), p. 48.
[2] Karl Popper, La lógica de la investigación científica (España: Editorial Tecnos, 2008), p. 22.
[3] Immanuel Kant, Crítica de la razón pura (Madrid: Editorial Gredos, 2014), p. 39.
[4] Jaime Balmes, Filosofía elemental. Lógica, ética, metafísica, historia de la filosofía (México: Editorial Porrúa, 1973), p. 51.
[5] Cf., Rubén Sánchez Muñoz, Introducción al personalismo de Edith Stein (México: Departamento de Publicaciones de la Universidad Pontificia de México, 2016), pp. 103 114.
[6] Etienne Gilson, El Tomismo. Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino (España: Ediciones Universidad de Navarra, S. A. Pamplona, 2002), p. 324.
[7] Matthew Chrisman, What is this thing called metaethics? (Canada: Rouletge. Taylor and Francis Group, 2017), en la presentación de la obra.
[8] Terry Horgan and Mark Timmons, editors, Metaethics after Moore (United Kingdom: Oxford University Press, 2012), p. 1.
[9] G. E. Moore, Principia ethica (México: Centro de Estudios Filosóficos de la Universidad Autónoma de México, 1959), p. 5.
[10] Ibíd., p. 106.
[11] Ibíd., p. 105.
[12] Ibíd., p. 105.
[13] Op. ci t. Chrisman, p. 2.
[14] Ibíd., p. 2.
[15] Op. cit., Popper, p. 22.
[16] Ibíd., p. 22.
[17] Mario Bunge, La investigación científica. Su estrategia y su filosofía (Argentina: Siglo XXI Editores, 2004), p. 34.
[18] Op. cit., Artigas, p. 91.
[19] Ibíd., p. 91.
[20] Op. cit., Popper, p. 23.
[21] Op. cit., Gilson, p. 324.
Bibliografía
• Chrisman, Matthew. 2017. What is this thing called metaethics? Canada: Routledge. Taylor and Francis Group.
• Horgan, Terry and Timmons, Mark, editors. 2012. Metaethics after Moore. United Kingdom: Oxford University Press.
• Moore, George E. 1959. Principia ethica. México: Centro de Estudios Filosóficos de la Universidad Autónoma de México.
• Popper, Karl. 2008. La lógica de la investigación científica. España: Editorial
• Bunge, Mario. 2004. La investigación científica. Su estrategia y su filosofía. Argentina: Siglo
XXI Editores.
• Moulines, Ulises (et al.). 1993. La ciencia: estructura y desarrollo. Madrid: Editorial Trotta.
• Kant, Immanuel. 2014. Crítica de la razón pura. Madrid: Editorial
• Artigas, Mariano. 2007. Ciencia y religión. Conceptos fundamentales. España: Ediciones Universidad de Navarra, S. A. Pamplona.
• Gilson, Étienne. 2007. La filosofía en la Edad Media. Madrid: Editorial
• Gilson, Étienne. 2002. El tomismo. Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino. España: Ediciones Universidad de Navarra, S. A. Pamplona.
• Scoto, Duns. 1960. Tratado del primer principio. Buenos Aires: Biblioteca de Iniciación Filosófica.
• Sánchez Muñoz, Rubén. 2016. Introducción al personalismo de Edith Stein. México: Departamento de Publicaciones de la Universidad Pontificia de México.
• Balmes, Jaime. 1973. Filosofía elemental. Lógica, ética, metafísica, historia de la filosofía. México: Editorial Porrúa.
• De Anquín, Nimio. 1962. Ente y ser. Perspectivas para una filosofía del ser naciente. Madrid: Editorial Gredos.